lunes, 30 de junio de 2008

SALITRERAS DE ANTOFAGASTA


SALITRERAS DE LA REGION DE ANTOFAGASTA


El historiador Oscar Bermúdez Miral recuerda que debido a los inconvenientes que desde el primer momento presentó la explotación de caliches del Salar del Carmen, los ingenieros británicos a cargo de la planta, apuraron la búsqueda de mejores terrenos, “ya que el privilegio, de 5 de septiembre de 1868, autorizaba a la empresa para explotar cualquier lugar del desierto”.
Fue así que la expedición enviada por Jorge Hicks, gerente de la Melbourne Clark, halló ricos mantos en Carmen Alto y Salinas, a poco más de cien kilómetros de la actual capital regional, zona que podría ser cubierta con la extensión del tendido ferroviario que la firma gestionaba para el tramo Antofagasta-Salar del Carmen. Esta firma, que tenía los privilegios otorgados por el gobierno boliviano, obtuvo la anulación de la concesión otorgada a numerosos cateadores y empresarios de diferentes nacionalidades que entre 1870 y 1871 descubrieron nitrato en el área del Toco. Tiempo después también se redujeron los privilegios de la empresa británica.
Mientras esto ocurría al interior de Antofagasta, desde mediados de 1872 comenzó el descubrimiento de mantos salitrales en el lado chileno del cantón Aguas Blancas, dos años antes que se firmara el Tratado de Límites entre nuestro país y Bolivia.
En 1876 diversas expediciones de cateo descubrieron nitrato en las cercanías de Taltal en tanto se denunciaban otros hallazgos en Aguas Blancas. Así se estructuraba la industria salitrera en la actual II Región, con la configuración de los distintos cantones: El Toco, Central, El Boquete, Carmen Alto, Aguas Blancas, Taltal.
En El Toco destacaban las oficinas “Coya”, “Empresa”, “Grutas”, “Iberia”, “Prosperidad”, “Peregrina”, “Rica Aventura”, “Santa Isabel” y “Santa Fé”.
En el cantón Pampa Central, oficinas como “Ausonia”, “Agustín Edwards”, “Aníbal Pinto”, “Arturo Prat”, “Araucana”, “Anita”, “Angamos”, “Carmela”, “Cecilia”, “Candelaria”, “Curicó”, “Francisco Puelma”, “Filomena”, “José Santos Ossa”, “María”, “Perseverancia” y “Luisis”. En Aguas Blancas, las oficinas “Avanzada”, “Bonasort”, “Eugenia”, “Oriente”, “Pepita”, “Cota”, “Petronila”, “María Teresa” y “Rosario”. En la mayoría de ellas se impuso el sistema Shank en el proceso productivo.
Como en Tarapacá, la industria salitrera de la provincia antofagastina sufrió los vaivenes de los mercados externos, que se acentuaron durante las primeras décadas del siglo XX.


PRESIDENTE MONTT EN SALITRERAS

Una visita de una semana a la provincia de Antofagasta realizó en abril de 1909 el Presidente de la República, Pedro Montt, como parte de la gira al norte, que además consideró Tacna, Arica, Iquique y Tocopilla.
El mandatario y su comitiva viajaron a bordo del acorazado “O’Higgins” y antes de llegar a la actual capital regional, vivitaron Tocopilla y algunas oficinas del cantón El Toco, como “Prosperidad”, “Rica Aventura”, “Grutas”, “Empresa” y “Santa Isabel”. En la mañana del 17 “la comitiva se reunió en ‘Santa Isabel’ y salió en numerosa caravana de coches y caballos, para los tranques construidos por la Casa Sloman para aprovechar las aguas del Loa. El tranque viejo desarrolla 300 caballos de fuerza y el nuevo 1.500”.
En este último lugar “se ofreció a la comitiva un lunch espléndido; el almuerzo había tenido lugar en ‘Santa Isabel’. A las 3 p.m. la comitiva emprendió el viaje de regreso a Tocopilla”, explicaba una crónica de “El Mercurio” de Antofagasta.
Montt luego se dirigió a Gatico, Mejillones, Antofagasta. Desde esta localidad viajó a Calama, en tren especial haciendo escala en Carmen Alto y Sierra Gorda. De regreso a la costa, recorrió el ruinoso edificio de la Aduana antofagastina, la cárcel pública, el cuartel de Bomberos, la Escuela Profesional de Niñas y el Liceo de Hombres “que ocupa un caserón viejo y oscuro de la Calle Latorre”, la Protectora de Empleados y la Iglesia Vicarial”.
En su último día en la zona, Montt visitó algunas oficinas del cantón salitrero Aguas Blancas para regresar a Coloso y desde esa caleta embarcar rumbo a Taltal.


CRISIS CICLICAS DEL SALITRE

Desde sus inicios, la industria salitrera en las dos antiguas provincias de Tarapacá y Antofagasta, soportaron crisis cíclicas originadas por altibajos de los mercados externos. Las consecuencias siempre fueron las mismas: cesantía, cierre y reapertura de oficinas, hambre, pobreza y agitación social.
En 1926, por ejemplo, la falta de compradores en los mercados internacionales agudizó la crisis que enfrentaba la industria en la provincia antofagastina. El problema que comenzó a manifestarse un año antes, llegó a los centros productivos del cantón Central.
Como en otras ocasiones, miles de trabajadores quedaron cesantes y, junto a sus familias, bajaron hasta Antofagasta en busca de ayuda. Aquí fue poco lo que pudieron hacer, porque el desempleo también se hacía sentir, por lo que algunos pampinos vivían de la caridad. Otros, en cambio, fueron socorridos por algunas organizaciones obreras.
Como el número de cesantes aumentaba cada día, las autoridades de la provincia buscaron alternativas para los desempleados o para aquellos obreros que permanecían en la pampa laborando en las oficinas que todavía no cerraban o que sabían que pronto quedarían sin trabajo. Entre las iniciativas resaltaba la posibilidad de ser contratados por la firma propietaria de Chuquicamata, mineral de cobre cercano a Calama; en Potrerillos o ser reubicados en aquellas oficinas que determinaron continuar con las faenas extractivas y de exportación.
Las crisis cíclicas de la industria del nitrato preocupaba a los gobiernos, ya que este sector entregaba importantes aportes al erario, que permitía impulsar algunas obras de envergadura a lo largo del país.
En 1926, la Intendencia consciente del problema, ayudaba en la medidas de sus posibilidades, coordinando el embarque de obreros del salitre y sus familias que deseaban regresar a sus lugares de origen, fuese en el centro o sur del país. Esto, mientras mejoraba la situación en la pampa; ya que eran numerosos los trabajadores que retornaban al norte para continuar en las faenas del salitre.
Así ocurrió en 1927 cuando se vaticinó la reapertura de 44 oficinas. “El Mercurio” de Antofagasta atribuyó el anuncio a la reactivación de los mercados, especialmente en Europa, situación que permitía presumir que habría una masiva reapertura de oficinas salitreras paralizadas desde hace dos años debido a la falta de compradores del nitrato.
Estos centros productivos se unirían a aquellas oficinas que todavía funcionaban, pero no a plena capacidad. Los indicios más notables de que la situación de la industria mejoraría fue la puesta en marcha de “Francisco Puelma”, “Aníbal Pinto”, “Arturo Prat” y “Araucana”.
Las autoridades, mientras tanto, adoptaban las medidas para recibir a los contingentes que regresarían desde el sur para reintegrarse a sus antiguas labores en la pampa. Se estimaba, según el diario, que los primeros en retornar serían aquellos obreros que permanecieron en Antofagasta, Tocopilla y Taltal, desarrollando otras labores mientras esperaban volver a las salitreras.
Junto con los anuncios y rumores que corrían en la ciudad y la pampa, también se estimaba que crecería el movimiento marítimo con aquellas naves que arribarían para dejar mercaderías y retornar llevando en sus bodegas el nitrato que requerían los campos de norteamérica y Europa.

PLAZA COLON


LA PLAZA COLON



Para nadie es novedad que Antofagasta nació por y para la minería. Y desde su fundación, un solar ubicado en las cercanías del mar, adquiriría importancia vital. Este sitio eriazo se convertiría con el tiempo en el corazón del futuro centro cívico y mercantil de la localidad: la plaza Colón.
En octubre de 1866 el minero copiapino Juan López se asentó en un lugar costero que hoy es conocido como Barrio Histórico de la ciudad. Al poco tiempo, el pionero José Santos Ossa se ubicó junto a la choza de López, iniciándose el ciclo salitrero en la actual región de Antofagasta, tiempo después que los hermanos Latrille descubrieran mantos calicheros en el Salar del Carmen
Tres años después, las autoridades determinaron mejor uso para el sitio, que era un arenal donde reposaban burros y mulares que trabajan tirando carretas en fatigosas jornadas hacia y desde el Salar. Así comenzaría a forjarse un área verde en medio de la nada.
La iniciativa recibió el beneplácito de la comunidad, pero también el respaldo directo, como ocurrió con el Capitán de Puerto, coronel Evaristo Reyes, quien 1873 dispuso que los reos de la cárcel trabajasen en la destrucción de las rocas que abundaban en el solar y en las inmediaciones; asimismo, en el emparejamiento del arenal. En tanto, la Compañía de Salitres diariamente transportaba hasta el lugar cinco o más carros con ripio para compactar el terreno.
Acto seguido, el municipio determinó construir aceras en sus cuatro costados y formar varios pequeños jardines en el centro de la naciente plaza, cuadros que fueron adjudicados a las familias más distinguidas de Antofagasta. Estas rivalizaban en el cuidado de las flores que pronto aparecieron, las primeras cultivadas en la ciudad.. Tiempo después se plantaron 35 árboles e instaló una pila donada por el Intendente de Valparaíso, Echaurren.
Así fue confirmado en 1875 por Matías Rojas Delgado, presidente del cuerpo edilicio, quien informó a las autoridades políticas que “la plaza tiene una reja elegante de madera y hoy se está colocando otra en su centro con el fin de formar un jardín; para hermosearla aún más se tiene una pila que en pocos días más quedará colocada, debiendo ser surtida de agua potable”. La citada reja en sus cuatro costados disponía de crucetas giratorias para el acceso de los antofagastinos que podían disfrutar de los tradicionales paseos vespertinos a través de las veredas de madera que circundaban el paseo.
A las primeras especies vegetales se sumaron cipreses y palmeras, donados por el médico mexicano Juan Martínez Rosas, quien residió muchos años en Antofagasta.
Con el transcurso del tiempo, los jardines de la plaza Colón y su configuración general sufrieron varios cambios. Los primeros estuvieron a cargo de los ediles Manuel Verbal y Hermógenes Alfaro; en 1910, con motivo del centenario de la independencia nacional, el alcalde modelo, doctor Maximiliano Poblete, introdujo notables cambios, pero quizás el más radical ocurrió a mediados de los años 90, del siglo pasado, cuando era jefe comunal el fallecido Pedro Araya Ortiz.

EL ENTORNO DE LA PLAZA

La actividad mercantil predominó en el entorno de la plaza Colón, hecho que se manifestó en la construcción de edificios que cobijaron a importantes casas comerciales dedicadas a la importación de mercaderías para la ciudad y oficinas salitreras; asimismo, a entidades bancarias, situación que reflejaban el progreso que aportaba la minería del interior.
Una rápida mirada a los primeros planos de la ciudad, especialmente al levantado en 1873 por Adolfo Palacios, muestra que el poder político-administrativo fue desplazado en el ámbito de las construcciones. En la calle San Martín, que corresponde al área oriente de la plaza, destacaba la primera iglesia y junto a ella el cuartel de Policía y las escuelas municipales de varones y niñas.
Los guardianes después se trasladarían a un nuevo recinto en la calle Baquedano con San Martín, donde hoy funcionan importantes dependencias de Carabineros de Chile; mientras que la Escuela Municipal de Niñas se convirtió en la primera escuela municipal de niñas de Antofagasta, que años más tarde tendría edificio propio en la calle Condell con Baquedano, edificio que ocupó la unidad educativa conocida como N° 2 hasta que se trasladó a su nuevo recinto en Avenida Argentina con 21 de mayo.
Hoy el recinto, declarado monumento nacional, está dedicado a la cultura y a cargo de la Compañía de Teatro de la Universidad de Antofagasta.
Los historiadores resaltan un hecho un tanto curioso, ya que el municipio pudo tener su sede junto a la plaza Colón, pero esto no ocurrió y sólo en 1914 ocupó las instalaciones de un hermoso edificio en calle Latorre entre Prat y Baquedano, recinto que hoy es sede de la Casa de la Cultura. Volviendo al relato histórico, recordemos que los terrenos baldíos situados junto a la iglesia vicarial fueron entregados a particulares. En los solares del sector norte estuvieron, como se dijo, el Cuartel de Policía, pero también la Escuela Municipal de Varones, que años después dio paso a una moderna construcción: el Club Inglés, edificio que hoy cobija a Corbanca. En la esquina con Sucre se levantó el Gran Hotel, sitio donde hoy está el Banco BBVA.
Siguiendo con la calle Sucre, costado norte de la plaza, su sector poniente fue ocupado por la Agencia Sudamericana de Vapores, y el oriente, desde 1879, por el almacén de Pinnau y Cía. En el área sur del principal paseo antofagastino, la calle Prat, hacia 1873 fueron construidos los edificios del Banco Nacional de Bolivia y del Hotel Chile. Finalmente, en el costado poniente, calle Washington, la manzana “A” de Antofagasta según el plano de José Santos Prada, aprobado en 1869, funcionaron los bancos Edwards y Cía., Escobar, Ossa y Cía., bodega de las Descubridoras.
En 1888, cuando la condición de provincia desplazó al antiguo Departamento de Antofagasta y mientras gobernaba el país José Manuel Balmaceda, en la esquina de Prat con Washington se construyó la antigua Intendencia, donde hoy está el edificio de Correos. El edificio fue destruido por un incendio en 1955. Se considera que la presencia de la sede representiva del Ejecutivo, confirió un carácter más cívico a la plaza Colón, condición que hoy mantiene.
Las dependencias de la actual Intendencia Regional, levantadas en Prat esquina San Martín, fueron inauguradas el 16 de noviembre de 1963. Albergan a varios servicios y reparticiones públicas.

CALETA COLOSO


CALETA Y PUERTO DE COLOSO




Los primeros pobladores de la costa antofagastina corresponden a pequeños grupos o bandas que la recorrieron hace mucho tiempo, más de lo que podemos imaginar. Alrededor de once mil años antes del presente. El área de quebrada La Chimba guarda un verdadero tesoro arqueológico, el lugar donde fueron hallados los restos de quien se estima es, hasta ahora, el hombre más antiguo de la costa sudamericana.
Varios sitios arqueológicos están ubicados en playas de la zona residencial de Antofagasta, lugares donde pernoctaron estos primeros habitantes que también visitaban el sector de Coloso. Allí se conectaron con los grupos caravaneros procedentes de San Pedro de Atacama, que asentaron en los cerros para explotar el cobre nativo. Para explicar esta situación, es necesario recordar que en el esplendor de la cultura San Pedro, más o menos 500 años antes de Cristo, el citado oasis era el centro neurálgico del tráfico comercial entre la costa, la precordillera y los pueblos situados más allá de la cordillera de Los Andes.
En el litoral se desarrollaba entonces una verdadera revolución económica, ya que las invenciones del anzuelo de concha y de la balsa hechas con cuero de lobo, permitieron variar de la pesca de orilla a la caza mayor, mar adentro. Esta vida fue interferida a comienzos de nuestra era, por los citados grupos de la cultura atacameña, que descendieron desde los oasis precordilleranos tras los recursos costeros, que eran muy importantes, como pescados, mariscos, conchas para hacer adornos y cobre nativo, obtenido de preferencia en el área del cerro Coloso.
Este contacto corresponde a uno de los momentos históricos más relevantes que se haya constatado en la costa. El encuentro de dos historias distintas, dos tradiciones diferentes; los costeños y los agro-pastores que se instalaron en pequeños campamentos para practicar el trueque.
Sin embargo, la explotación multiétnica consideró además a individuos de la cultura Arica, que también vivían el proceso de maritización y que llegaron para explotar igualmente los ricos recursos costeros y mineros. Recientes indagaciones permiten probar que el cobre nativo del sector de caleta Coloso fue un metal de muy fácil explotación para los indígenas. Un recurso superficial de alta ley, quizás uno de los mejores en la región.
Un antecedente para dejar claro lo expuesto. De 300 tumbas excavadas en Arica, sólo en cinco se encontraron objetos metálicos, mientras que las colecciones de objetos de metal más ricas en la arqueología del norte de Chile se encuentran en la costa de Antofagasta.
Aquí surge nuevamente una pregunta. ¿Por qué los grupos de San Pedro de Atacama bajaban a explotar los minerales de la costa?
Los atacameños llegaban al litoral en busca de recursos marítimos, pero a la vez explotaban cobre de alta ley. Eso explica que entonces que gente tan distante como los pobladores de Arica, alcanzaran a la actual capital de la II región, porque ellos tenían déficit de cobre. Algo similar ocurrió con las poblaciones diaguitas que, según investigaciones de hace algunos años, probaron que también estuvieron en la costa antofagastina.
La conjunción de culturas provocó, obviamente, el mestizaje hasta alcanzar los últimos episodios con la llegada de los incas, quienes alcanzaron la costa de Taltal y probablemente recorrieron el litoral de Antofagasta.
Pero el sur de la ciudad no sólo guarda la riqueza cuprífera, sino también minas de oro, aunque de menor envergadura. En tiempos recientes, continuó la explotación de pirquenes y fueron numerosos los aventureros que buscaron un yacimiento enorme que esperaban los hiciera ricos.
Para nadie era un misterio que el sector cercano a la caleta Coloso encerraba ricos yacimientos de cobre de altas leyes y muchos hombres fueron los que en sus inmediaciones trataron de encontrar el "Derrotero de Naranjo", codiciado por exploradores y mineros que, en algunos casos, jamás regresaron a su hogares, perdiéndose sus rastros..Hasta la fecha nada ha sido hallado y sólo queda, quizás como un mudo testigo, un socavón en la ladera del Morro Jorgino, que se conoce como la mina "El Ensueño"
Isaac Arce, en “Narraciones históricas de Antofagasta”, recuerda que luego que Juan López se estableciera en La Chimba (Antofagasta), el minero copiapino Francisco Carabantes descubrió y explotó con muy buenos resultados algunas minas de cobre de buena ley en Caleta Coloso. Su hermano y socio, Benjamín, atendía las faenas en que se ocupaba un centenar de trabajadores.
Según el historiador, “los metales que eran de una ley que no bajaba de 50%, eran llevados a Caldera en pequeñas embarcaciones, al principio, y después en balandras o pailebotes, los que, de retorno, traían víveres y agua para abastecer las necesidades del mineral”.
Pero no sólo los hermanos Carabantes estuvieron involucrados en la explotación de cobre en Coloso; también lo hizo José Díaz Gana, organizador de la expedición que en 1870 descubrió el rico mineral de plata de Caracoles. Este minero y experto explorador, a comienzos de ese año envió a Guayacán (Coquimbo), 754 quintales de minerales de cobre a bordo de la barca italiana "Atala".

EL PUERTO SALITRERO

En año 1871 comenzó en el territorio bajo jurisdicción chilena otra etapa en las exploraciones que tenía por objetivo descubrir yacimientos de caliche, afanes que tuvieron éxito un año después cuando una caravana dirigida por el minero Emeterio Moreno, llegó a terrenos ubicados a unos cien kilómetros al sureste de Antofagasta. Así nacía el cantón salitrero de Aguas Blancas.
En 1873, acompañado de otro de los pioneros de la minería regional, Matìas Rojas Delgado, Moreno realizó otra expedición a esas pampas ratificando sus descubrimientos. Ambos personajes formaron parte del primer municipio de Antofagasta.
Ese mismo año se hicieron los primeros pedimentos a la Intendencia de Atacama, uniéndose luego otras solicitudes de mensuras y adjudicaciones. "Fue así como en diciembre de 1876, Rojas Delgado procedió a efectuar las primeras mensuras de más de sesenta pertenencias y, en enero de 1877, envió los informes correspondientes", expresa el historiador Juan Floreal Recabarren Rojas en el libro “Coloso: una aventura histórica”, que publicó junto a Antonio Obilinovic y el fallecido investigador Juan Panadés.

MUELLE HISTORICO


1. LA “POZA” Y EL ANTIGUO PUERTO ANTOFAGASTINO


En torno a la “poza”, como se conoce hoy el sector del puerto pesquero artesanal, comenzó a levantarse Antofagasta luego que los chilenos Juan “Chango” López y José Santos Ossa, decidieron establecerse en la caleta Peña Blanca o La Chimba.
Se denominaba “poza” al área marítima aledaña al conjunto de muelles circundados por el sur por los arrecifes o bajos que enfrentan al actual Hotel Antofagasta, y el rompeolas construido por el norte (molo de abrigo del Terminal Pesquero), que cubre el área de marejadas y corrientes. Es en este sector costero donde languidece el hoy llamado Muelle Histórico, uno de los nueve terminales con que contaba Antofagasta hasta el siglo pasado.
Todos formaban parte del antiguo puerto que resistió los embates de la naturaleza, cobrió las necesidades de embarque y desembarque de mercaderías de todo tipo y de pasajeros que llegaban en las naves a vapor. Asimismo, los más antiguos, ya desaparecidos, fueron testigos de los primeros tiempos de Antofagasta y, en el caso del Muelle de Pasajeros, que sirvió para el desembarque de los 200 que el 14 de febrero de 1879 tomaron posesión de la localidad.
Aunque sobreviven dos de los nueve, el único que lo hace con estoicismo es el llamado del “Ferrocarril”, declarado Monumento Histórico a través del Decreto Supremo Supremo N° 0980 del 12 de septiembre de 1978. Su construcción comenzó el 15 de marzo de 1889, o sea, muchos después de que Chile reivindicara este territorio.
Regresemos a la génesis histórica de Antofagasta para ubicarnos en ocutubre de 1866, cuando el minero copiapino Juan López levantó una rudimentaria vivienda en un lugar del actual Barrio Histórico. El investigador Oscar Bermúdez Miral, en su obra “Orígenes históricos de Antofagasta”, expresa que “la existencia solitaria de López se vio interrumpida un día del mes de diciembre cuando una caravana de exploradores, formada por no menos de doce personas, llegó hasta la caleta. Se trataba de la expedición organizada en Cobija por don José Santos Ossa con el objeto de explorar el interior del desierto, expedición que tendrá por feliz desenlance el descubirmiento de terrenos salitrales en el Salar del Carmen”.
Según manifiesta López en su famoso Memorial, esto ocurrió un año después de su asentamiento en Peña Blanca. Ossa construyó junto a la choza del “Chango” una barraca para depósitos de provisiones y útiles de trabajo, necesarios para las expediciones al interior.
Juan López proporcionó a los expedicionarios el agua que necesitaban, que transportaba desde la vertiente de Cerro Moreno en su pequeño bote llamado “El Halcón”,
Más tarde, Manuel Antonio de Lama, socio de Ossa al igual que Francisco Puelma, levantó una segunda casa. Fue el comienzo de la aventura salitrera en el Salar del Carmen.
Hasta entonces sólo grupos de pescadores indígenas habían recorido la costa en busca del sustento que les brindaba el mar, siempre cercanos a las escasas aguadas y vertientes. Con la llegada de López y Ossa, Antofagasta iniciaba su vida, cumpliéndose aquello que el origen de los poblados nortinos fue espontáneo.
Una vez hallado el manto calichero de su interés en el Salar del Carmen, la firma que integraba Ossa solicitó y obtuvo del gobierno boliviano una concesión salitrera, además de la autorización para hacer uso de la caleta Peña Blanca, llamada también por ese tiempo La Chimba. Los concesionarios debían habilitar la caleta construyendo un muelle destinado al uso público y a los trabajos de la empresa salitrera en formación.
A principios de 1868, esta firma había construido el muelle, instaladas una pulpería y bodegas de materiales y levantadas las primeras habitaciones para los obreros y empleados. Aníbal Echeverría y Reyes, abogado e historiador, en el artículo “Fundación de Antofagasta”, precisa que en los primeros tiempos “hubo carpas de lona, se levantaron después cuartuchos de alerce y enseguida barracones de calamina usada y hasta latas de tarro. Al mismo tiempo, se empezaba la construcción de la vía carretera desde la caleta al Salar”.
Asimismo, Manuel Antonio de Lama el 12 de diciembre de 1868 adquirió en subasta pública un terreno en ese sector costero, de mil metros de largo por 300 de ancho, que pronto transfirió a la empresa salitrera.
Ese mismo año, a dos de la llegada de Juan López, el gobierno boliviano dfispuso la fundación oficial de la pequeña villa La Chimba (Antofagasta), a través de la Prefectura de Cobija, acto verificado el 22 de octubre, cerca del embarcadero de Ossa. Esta fundación se realizó para solucionar un problerma administrativo de los funcionarios bolivianos que debían justificar la permanencia en el lugar donde trabajarían y recibirían salario.
Por tanto, Antofagasta fue una localidad que creció en función de la actividad minera, basada en el descubrimiento de calicheras del Salar del Carmen, la construcción del complejo industrial en ese lugar y, por supuesto, por la explotación del mineral de plata de Caracoles.
En el trasncurso del segundo semestre del año 1869, la firma levantó la oficina salitrera en el Salar del Carmen, la primera planta productora de nitrato que funcionaba fuera del territorio peruano, financiada con capitales chilenos e ingleses. Las obras estuvieron a cargo de los ingenieros británicos Diego Adamson y Jorge Paddison. A ellos se unió después Jorge Hicks, quien tuvo a su cargo la elaboración experimental del salitre en el salar, que enfrentó graves dificultades debido a la mala calidad del caliche y del agua. El método en uso era inadecuado ya que no impedía la pérdida del 20 por ciento del material.
Entonces, los ingenieros Adamson y Hicks apresuraron la búsqueda de mejores terrenos, y las expediciones de cateo se internaban en distintas direcciones, siempre hacia el interior. En estos afanes hallaron importantes y ricos depósitos de caliche en Carmen Alto y Salinas, a 122 y 128 kilómetros de Antofagasta, respectivamente. La firma adoptó dos decisiones: pidió las concesiones al gobierno boliviano y trasladó la planta elaboradora desde el Salar del Carmen hasta Antofagasta, en terrenos que hoy ocupa el Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia.
Debido al creciente movimiento, el 8 de mayo de 1871, el gobierno de La Paz declaró a La Chimba puerto abierto al comercio de todo el mundo.
En los primeros años, los barcos a vapor y veleros arribaban al sector de la “poza”, frente al actual Barrio Histórico, mientras que los faluchos y lanchones maulinos hacían el movimiento de mercaderías, descargando por los muelles todo lo que Antofagasta necesitaba: agua, los árboles, la tierra, las maquinarias, el equipamiento y los alimentos y cargando las riquezas a los mercados extranjeros.
En 1872, la Melbourne Clarck y Cía. fue reemplazada por la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, con el propósito de explotar los terrenos concedidos en el Cantón Central y construir el ferrocarril autorizado por un decreto del año siguiente.